Gustavo Garzón, su palabra y la ciudad que lo devoró
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Flavio Paredes Cruz. 00:00 Sábado 13/11/2010
La avenida De la Prensa, una tarde gris. Un largo bus amarillo transita sobre el asfalto y arrastra un ruido de bocinas y motores. Hace más de una veintena de años, esta vía se abría como una herida en la ciudad, una llaga que supuraba hacia los nuevos barrios del norte de Quito, asentamientos de concreto y metal.
Aquí, ahora, y con los cuentos de ‘Vivo en medio de tantos muertos’, de Gustavo Garzón bajo el brazo, rehago, más de veinte años después, el recorrido del narrador de ‘Tu rostro en la multitud’, el último relato de ese libro presentado el miércoles por la Casa de la Cultura.El narrador lo hace persiguiendo una silueta femenina, yo lo hago en solitario. Gustavo Garzón tenía una camioneta Datsun 1200 verde, pero también prefería la caminata, con paso lento y las manos en los bolsillos. Así encontraba el universo de su literatura, de esos textos que se gestaron en los talleres que el escritor Miguel Donoso Pareja dictaba en los años 80.
La apariencia de la avenida ha cambiado. En la Y, ya no está la panadería, desde donde el narrador descubrió a su perseguida, talvez Leonor. En los cuentos de Garzón se respiran amores imposibles, perfiles de mujeres: de Susana, de J, de Fabiola, de Madonna, de Liliana' o de esa mujer de los zapatos azules que le despertó la esperanza, de quien el autor habla en la dedicatoria de su ‘Brutal como el rasgar de un fósforo’.
Siempre por la vereda, pero toreando automóviles, acompaño al narrador hasta el cruce de la 10 de agosto y la Naciones Unidas. Ahora el paso deprimido facilita el tránsito; pero en el cuento, la intersección se describe difícil, pues el movimiento de los autos se rige por semáforos en cada esquina. En una de ellas, la mujer enciende un cigarrillo. Garzón fumaba Lark, leía a Cortázar, escuchaba jazz y rock.
Desde la Mañosca hasta la Eloy Alfaro el narrador no encuentra una tienda, yo sí: una tienda, un local de autos usados, una ferretería y el Trole, con una melodía como bocina. Él en cambio se topó con una picantería y, en la Mariana de Jesús, con los trabajadores de la Empresa Eléctrica jugando volley. Garzón trabajó en Ecuatoriana, pues era técnico de aviación, así viajó a EE.UU. e Israel, país que le gustaba y donde tuvo una novia, como las demás más alta que él. Era también matemático y estadístico, y dominaba el inglés.
Leonor avanza hasta la Colón y el narrador mide las posibilidades de entrar al bar Patricia, de desviarse al café Royal; en el Peñón pide una cerveza. Los lugares y los nombres me resultan extraños y ya no los veo. Garzón sí visitó eso sitios – dicen quienes lo conocieron y también los visitaron. Sus conversaciones sobre literatura se hacían con Pilsener y Ron Caney. Luego, el autor salía a aullarle a esa ciudad que le fascinó y que, el 10 de noviembre de 1990, lo devoró.
Esa noche, tras cobrar un cheque en la editorial El Conejo, por la publicación de ‘Las coplas populares del Azuay’, se fue con amigos al Son Candela. Ahora las esquinas de la Carrión y Reina Victoria, ya no muestran la fachada del bar. De ahí salió Garzón, solo, con la madrugada y un posible desengaño amoroso. La más cruel de las versiones y el Informe de la Comisión de la verdad hablan de una desaparición forzosa. En 1985, el escritor dijo a sus amigos de La mosca zumba que se alejaba temporalmente de las letras y de la revista que el colectivo editaba, por una convicción ideológica. En sus relatos también hay desaparecidos y guerrilleros enfrentados a poderosos dinosaurios.
Garzón fue investigado por presuntos vínculos con Alfaro Vive Carajo y Montoneras Patria Libre. El 7 de agosto de 1989 fue detenido y permaneció en prisión sin pruebas, hasta el 7 de septiembre de 1990, tres meses antes de su desaparición.
‘Tu rostro en la multitud’ termina cuando mujer y narrador caminan por San Juan. La cuesta de la Matovelle me lleva a ese barrio y a su murmullo. El barrio donde Garzón vivía, y donde hasta hoy vive su madre Clorinda Guzmán, con un retrato de su hijo en blanco y negro, que siempre portó en las manifestaciones por los derechos humanos.
Dicen - quienes lo conocieron - que era un hombre bueno y tranquilo. Ellos lo sueñan, con sus chalecos de lana y camisas de manga corta, en bosques alejados, o lo recuerdan en sabrosas tertulias. 20 años después de la noche del Son Candela, la palabra de Garzón regresa...
Un narrador en un laberinto
Gustavo Garzón Guzmán, gran amigo y lúcido escritor, nunca se ha ido. Una prueba es el libro de cuentos ‘Vivo en medio de tantos muertos’, una obra intensa y poética que acaba de editar la Casa de la Cultura.
Garzón fue un narrador urbano que supo recrear con sensibilidad y talento los vericuetos de su Quito: sus calles largas y estrechas, su barrio San Juan, los parques, las plazas, los bares, los templos añejos.
Y en medio de esta ciudad laberíntica, a ratos asfixiante y cruel, dio vida a sus criaturas: burócratas robotizados, parejas siempre contrariadas y ocultas; un dinosaurio como símbolo del poder ciego. En su escritura ágil y plena de imágenes se percibe la huella de sus autores favoritos: Borges, Sábato, Cortázar, Whitman; el rock experimental y demoledor de Pink Floyd.
Lo evocamos con sus chalecos de lana y sus camisas de manga corta. Siempre con el látigo exigente de Truman Capote y asumiendo la literatura como un destino inexorable. En ‘Brutal como el rasgar de un fósforo’, el primer libro que publicó, extraño y alucinante, Quito late y perdura. BRV.
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