jueves, 14 de septiembre de 2023

A 31 años de la desaparición de Gustavo Garzón Guzmán, por Gustavo Salazar. Casapalabras 52

Gustavo Salazar, 27 de julio de 2021


A doña Clorinda Guzmán, madre del escritor


Nos presentó el entusiasta hacedor de revistas Ramiro Pérez, animador del grupo de la revista La Mosca Zumba. De naturaleza tímida y reservada, su rostro y su trato denotaban generosidad y tolerancia. No desaprovechábamos oportunidades para hablar de la vida o de literatura, pues él perteneció, con su grupo, a los fervorosos lectores de autores «contemporáneos»: estaban con Cortázar, Böll, Frisch, Borges o Vargas Llosa, mientras yo me había quedado —y, treinta años después, sigo— con Gógol, Moravia, Wilde, Eça de Queiroz, Rabelais, Quevedo y Céline, aunque coincidimos en uno u otro autor.


En alguna de mis visitas a la librería de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, lugar en el que trabajaba Gustavo —habrá sido en el año 1984—, al comprar algunos títulos de la Colección Básica de Escritores Ecuatorianos, que costaban 12 sucres cada uno, me vendió el último muñeco articulado que había tallado y armado con sus propias manos. Pese a haber transcurrido siete lustros, lo conservo entre mis bienes entrañables; mi hija jugaba con él cuando era niña.


En un par de ocasiones fui con mi buen amigo Iván Rodrigo, hermano suyo, a visitarlo en la cárcel —en la que estaba recluido a la espera de juicio por razones políticas— y le llevé algunos libros, ya que seguía empeñado en realizar su tesis doctoral sobre la narrativa de Humberto Salvador aplicando la lingüística de Noam Chomsky, metodología que, lo confieso, jamás he entendido; él estaba interesado en la obra vanguardista del narrador ecuatoriano, mientras que yo superponía su obra paródica y humorística a la militante. A su salida del Panóptico solicitamos a un amigo común, el librero Édgar Freire, que nos ayudase a conseguir las raras ediciones de las obras del autor de Noviembre, empeño que quedó inconcluso ya que poco después «desapareció» nuestro querido Gustavo.


Recuerdo la última vez que nos encontramos: habrá sido la tarde del jueves 8 de noviembre de 1990. De casualidad coincidimos en la


Han pasado más de treinta años y ningún Gobierno en todo este lapso ha respondido qué sucedió con el escritor, clamorosa y continuada dejación de funciones por la que, en los próximos meses, será la Corte Interamericana de Derechos Humanos la que se vea obligada a pronunciarse.

librería Cima, regentada por Édgar, con quien conversamos un rato, y luego, tras despedirnos, Gustavo y yo fuimos a tomar unas cervezas, pues yo disponía de tiempo para recoger a mi pasión de aquel entonces, la que al año siguiente sería la madre de mi hija Sofía, que salía de su trabajo a las 7:30 de la noche; con mi tocayo tuvimos un grato y entrañable diálogo, no puedo decir al calor, sino al frío de unas cervezas. Minutos antes de ir a recoger a mi pareja sentimental le consulté si quería esperarme y asintió, no sin antes llamar por teléfono a su madre desde la cantina en la que estábamos, bajo el «teatro» Capitol, pues habían acordado que se reportaría cada hora para preservar su bienestar y la tranquilidad familiar: ya se veía venir su infausta «desaparición».

Nuestra bella acompañante se avino a la «reunión», y pasamos un rato agradable entre risas, libros y cervezas, de las que agotamos varias botellas. Hacia las 9:00 p.m., llegada la hora de partir, lo acompañamos hasta donde se bifurcaban nuestros caminos, el edificio del Banco Central del Ecuador, frente al monumento a Bolívar: él iba hacia San Juan y nosotros hacia La Ronda; antes del efusivo abrazo y la correspondiente recomendación de que se cuidara, me comentó que el día siguiente, viernes, iría a la salsoteca Son Candela, pidiéndome que, si yo podía, nos viésemos. Tengo entendido que tras salir de allí no se supo más de él.


Gustavo había sido miembro activo del grupo subversivo Montoneras Patria Libre, y deseo resaltar que «desapareció» en el período de gobierno democrático de Rodrigo Borja; había sido constantemente vigilado por los cuerpos de seguridad del Estado desde su salida, libre de cargos, de la cárcel. Han pasado más de treinta años y ningún Gobierno, en todo este lapso, ha respondido qué sucedió con el escritor, clamorosa y continuada dejación de funciones por la que, en los próximos meses, será la Corte Interamericana de Derechos Humanos la que se vea obligada a pronunciarse.


Con este escueto testimonio me sumo con un saludo cordial a su homenaje.