Publicado el 14/Enero/1993 | 00:00
Quito. 14.01.93. (Editorial) "Es cierto que hay crisis de
ideologías -dice Ernesto Sábato, el gran escritor argentino-,
pero eso no significa que debamos aceptar el fin de los
ideales".
El corolario es de cajón: tenemos el deber de seguir luchando
por esos ideales o principios: la libertad, la justicia, el
bien común, la defensa de los desamparados y perseguidos.
Un gobierno nacido de las urnas, es decir, democrático,
debería sentirse orgulloso del pueblo al que representa, si
ese pueblo sabe mantener en alto las banderas de esos ideales;
si ese pueblo se mantiene en vigilia para que vuelva a brillar
la luz de la justicia, cuando esa justicia ha sido conculcada.
El pueblo ecuatoriano ha dado muestras de esa lucidez: no se
resigna a aceptar sin más que la desaparición sobrecogedora e
inícua de dos jóvenes, los hermanos Restrepo, quede sin
aclararse. No se resigna a bajar la guardia, cuando hay otros
de cuyo paradero no se sabe, como en el caso de Gustavo
Garzón. No quiere que los culpables queden sin castigo porque
sencillamente no sería ético.
Y no puede resignarse, también, porque es un pueblo que ama el
orden, la paz, y rechaza el caos y desea vivir con dignidad. Y
no se puede vivir dignamente si nuestros muertos no descansan
en paz, esto es, aclaradas las formas de sus muertes,
protegidos los restos amados por sus deudos. Es algo
consustancial al hombre desde que es hombre: enterrar a sus
muertos, saber como murieron, darles cristiana sepultura.
El mito de Antígona, entre los griegos, simboliza esa
necesidad primordial del hombre. Aunque la arbitrariedad del
poder lo ha prohibido, bajo pena de muerte, Antígona cumple
con su obligación moral: enterrar a su hermano. La naturaleza
humana no ha cambiado desde entonces, como tampoco la
necesidad de que la justicia sea reparada.
Lo contrario es el caos: las desapariciones no explicadas, la
tortura, los casos no dilucidados. Por ello sorprende que el
ministro de Gobierno, alegando razones de orden público,
prohíba las manifestaciones de cada miércoles en favor de que
se esclarezca el caso Restrepo. Cuando precisamente es al
revés: las manifestaciones de los miércoles se las hace
precisamente para restablecer el orden conculcado, para
restablecer la justicia, para que regrese la luz de la razón
allí donde se instalaron las sombras de la irracionalidad o de
la muerte. Va contra natura también poner en duda el derecho
de unos padres a exigir castigo para quienes asesinaron a sus
hijos.
Si no hubiera quien proteste por estas distorsiones del orden
humano que significa las desapariciones, la tortura, el
homicidio, estaríamos entrando en un túnel sin retorno: el de
la deshumanización del hombre. El propio Sábato recuerda a
Dostoievsky: según éste, Dios y el demonio se disputan al
hombre, y el territorio de ese combate es su propio corazón.
Si no hubiera quien exija el restablecimiento del orden humano
violado por el verdugo que actúa al margen de la ley,
habríamos dejado entonces que el demonio triunfe
definitivamente, que se apodere para siempre del corazón del
hombre.
Todavía es hora de rehacer lo mal hecho: para que nuestra
conciencia como nación y como pueblo quede limpia, para
restablecer la luz e impedir que las sombras que pululan en la
noche se instalen para siempre; para que tornen la claridad,
la sensatez, la razón, la conciencia, bases de un mundo real y
verdaderamente humano.
http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/sobre-el-desorden-verdadero-45381.html
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