sábado, 20 de julio de 2019

Buitrón, Opinión, Diario del norte, mayo de 2007

Opinión
Por Rubén Darío Buitrón.
Publicado en el diario del Norte mayo del 2007.

Tenía 32 años cuando se esfumó detrás de la noche. Hacían apenas tres meses que había salido de la cárcel. Pasó allí, un año privado de su libertad por un juez paranoico que no encontró pruebas para inculparlo, pero aplazó la absolución quizá con el afán de no enojar a los estrategas del miedo colectivo.

Era intenso, vital, profundo. Capaz de cuestionar radical y directamente no solo a la sociedad, no solo al mundo, sino a su propia razón de ser.

Era mecánico de aviación. Hablaba un perfecto inglés, viajó mucho. En Israel se enamoró. En Estados Unidos entendió que la brecha era profunda entre una nación y otras muchas.

Admiraba a Police, a Swing, a Roque Dalton. Llevaba decenas de cuadernos con letras de canciones, con poemas, con citas, con reflexiones. Con borradores de capítulos. Con proyectos de novelas. Con relatos como dardos venenosos al centro del conformismo, de la abulia, de la mediocridad, de la resignación, del desamor.

Vivía solo en un cuarto, rodeado de distintas soledades; sus compañeros del taller de literatura que no entendimos como su narrativa era un espejo del futuro, la amiga que nunca se entró que él la amaba, los colegas que lo querían mucho, pero jamás comprendieron la dimensión de sus ideales.

Dos años antes de que la madrugada no dejara rastro de él, en Ecuador había terminado el gobierno de León Febres Cordero. El país ingenuo creyó que para 1990 había terminado la larga batalla entre los guerreros ingenuos y los soldados obedientes. Que el régimen de Rodrigo Borja sería distinto. Que la paz retomaría su camino. Que se acabarían los asaltos a bancos, los secuestros, la infértil militancia armada, las desapariciones, las torturas, la cárcel, los exilios.

Pero todo siguió intacto; el miedo, la incertidumbre, la cacería, las clandestinidades, los resentimientos, los remordimientos, el deseo de venganza.

En medio de estos insomnios alcanzó a publicar un libro que tituló “Brutal como el rasgar de un Fósforo”, un libro que publicó en Municipio de Quito y se perdió en las telarañas de una bodega burocrática.

Pero, “Brutal como el rasgar de un Fósforo”, no fue solo eso; su titulo, semejante a un  deja vu, resultó premonitorio; un simple chasquido de dedos es suficiente para la ausencia definitiva, una orden rápida y burda basta para arrancar a la vida un corazón, una instantánea ceguera sirve para no ver la más absurda estupidez.

Amó con pasión la vida y esa intensidad la legó a su madre Clorinda. Tímida, desconcertada, agredida brutalmente en su más recóndita esencia, con sus ojos resecos recorrió morgues, hospitales, cárceles, oficinas militares y policiales y un iércoles al medio día llegó a la Plaza Grande para unirse a los Restrepo en una lucha que 17 años después no termina.
Ningún rastro, ninguna huella. Ningún indicio. El caso de Gustavo Garzón –monstruito tierno, hermano de páramos y jazz – no puede seguir como el crimen perfecto que avergüenza desde el silencio. Es hora de que el país conozca quien tendió sobre Gustavo un pesado manto y se lo llevó para siempre en medio de la noche dolorosa.

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