(Rubén Darío Buitrón) – Diario Hoy domingo 8 de septiembre de 1991.
Casi un año después de su desaparición, nadie sabe nada del joven escritor quiteño Gustavo Garzón.
La noche del 9 de noviembre parecía destinada a ser una noche más.
Los bares regaban sus angustias como espuma de cerveza. Los salones se intoxicaban de despechos e ilusiones. Las discotecas bailaban la danza del sexo intrascendente.
Por eso la noche de ese viernes parecía la misma noche del mismo viernes de siempre. Hasta que llegó la madrugada. Empezaba a ser sábado. En uno de aquellos lugares, algunos amigos y amigas disfrutaban de Gustavo, de todo su regreso.
Pero las calles estaban llenas de silencios e incertidumbres como monstruos solapados. Eran las tres de la mañana y Gustavo que trataba de respirar de nuevo la poca libertad que le quedó después de la absurda cárcel, se cansó de tanto ruido y desesperanza, se despidió de ssu compañeros y se fue para su casa.
Desde entonces, la noche del viernes 9 de noviembre de 1990, dejó de ser una noche cualquiera. Ahora es, en la mitad del recuerdo y del cariño, una noche de perseguidores, de sedientos lobos, de fantasmas deformes y brutales. Es que, desde entonces, Gustavo se fue por aquellas calles de silencios e incertidumbres y jamás, llegó al abrazo de sus hermanos, de su madre, de su casa, de nadie más lo volvió a ver.
El lunes 12 de noviembre se llenó de oscuros presagios para la familia y los amigos. Se organizaron grupos para encontrarlo, para preguntar por él, para tenerlo de nuevo, aunque estuviera herido, dolido, triste, abandonado o muerto.
Nadie lo había visto. El gris itinerario empezó en clínicas, hospitales, servicios de emergencia. Pasó luego por la policía. Terminó en las morgues.
Gustavo no apareció. La tarde de aquel lunes se presentó la denuncia de la desaparición en el Servicio de Investigación Criminal (SIC). En este reino de promiscuidad, un uniforme advirtió a gritos que la denuncia ya no podía ser tramitada, porque había que presentarla “en un plazo máximo de 48 horas”.
Lo que vino después fue peor. Sin embargo del enorme peso de su dolor, la madre, Clorinda Guzmán, decidió apuntar a lo seguro. Decidió martillar en el SIC con la denuncia, insistir en que los malencarados hagan algo, por encontrar a su hijo.
No, los uniformados de civil, dijeron no conocer nada. Sus generales y superiores tampoco “Estamos investigando, pero no sabemos que pasó”, fue el coro de voces destempladas y huecas todos se vistieron con la palabra “nada”; ministros, subsecretarios, funcionarios judiciales y policiales. Y con ese ropaje fueron cerrando a Clorinda Guzmán las pocas puertas oficiales que quedaban.
Pasaron las horas duras, violentas, desesperantes. Vinieron los días vacíos, sin luz ni afectos cercanos. Llegaron las semanas y los meses. Gustavo se volvió una constante presencia ausente. Estaba en la mesa del comedor de su casa, en el taller literario, en la sala de los amigos, en los libros, en las reuniones, en el cine, en la música, en la poesía, en la calle, en la plaza, en la ciudad, en los pueblitos, en todo corazón cálido, profundo, abierto y solidario.
Gustavo es ahora una presencia intangible, como un ángel transparente y tibio que está, pero no se le ve.
La madre, la familia, los amigos han encontrado la respuesta a “la vida” oficial y absurda: a la nada hay que responderle con todo , a la ausencia hay que responderle con presencia, a la muerte hay que responderle con vida.
Y con estas tres banderas, con el todo, con la presencia, y con la vida, se van multiplicando como ecos las voces y las almas que quieren ver a Gustavo total, a Gustavo presente, a Gustavo vital.
Porque no es posible conformarse con el recuerdo. No es posible conformarse con las hipótesis. No es posible conformarse con el drible del señor ministro de gobierno al decir “ hay mil versiones sobre la desaparición de Garzón, hasta las más disparatadas”. No es posible conformarse con los quizá, los tal vez, los probablemente. No.
Cuando el caso de los niños Restrepo empieza a dejarnos ver el verdadero rostro de la brutalidad y la estupidez, el verdadero rostro de la violencia y el cinismo, es hora de que Gustavo regrese vivo, limpio, profundo y tierno. Tal como era hasta la noche del 9 de noviembre de 1990.
Porque, si “desapareció” para siempre aquella noche de perseguidores, de sedientos lobos, de fantasmas deformes y brutales, no vayan a creer los adoradores de la “nada” que va a haber tregua.
No la habrá, porque el amor concreto y tangible, no admite silencios o incertidumbres.
Buitrón, Rubén Darío. "Noche de sedientos lobos". Hoy. Temas (Quito), 8 de septiembre de 1991. 2C.
Buitrón, Rubén Darío. "Noche de sedientos lobos". Hoy. Temas (Quito), 8 de septiembre de 1991. 2C.
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