viernes, 23 de agosto de 2019

Salazar Gustavo, Escrito para el Encuentro de Talleres literarios

GUSTAVO GARZÓN.

Nos presentó el entusiasta hacedor de revistas: Ramiro Pérez, animador del grupo de la revista La Mosca Zumba. De naturaleza tímida y reservada, su rostro y su trato denotaban generosidad y tolerancia. No desaprovechabamos oportunidades para hablar de la vida o de literatura, pues, él perteneció, con su grupo, a los fervorosos lectores de autores “contemporáneos”: estaban con Cortázar, Böll, Frisch, Borges o Vargas Llosa mientras yo me había quedado –y veinte años después sigo– con Gogol, Moravia, Eça de Queiroz, Quevedo y Céline aunque coincidimos con uno u otro autor.

En un par de ocasiones fui con mi buen amigo Iván Rodrigo, hermano suyo, a visitarlo en la cárcel, le llevé un par de libros, ya que seguía empeñado en realizar su tesis acerca de la narrativa de Humberto Salvador, aplicando la lingüística de Chomsky, metodología que, lo confieso, jamás he entendido. Él estaba interesado en la obra vanguardista del narrador ecuatoriano, mientras que yo superponía la obra paródica y humorística a la militante. A su salida del panóptico solicitamos a un común amigo, el librero Edgar Freire, que nos ayudase a conseguir las raras ediciones de las obras del autor de Noviembre, empeño que quedó inconcluso ya que poco después desapareció nuestro querido Gustavo.

Recuerdo la última vez que nos encontramos, habrá sido la tarde del jueves 8 de noviembre de 1990, de casualidad coincidimos en la librería Cima, regentada por Edgar, con quien conversamos un rato y luego, tras despedirnos, Gustavo y yo fuimos a tomar unas cervezas, yo disponía de tiempo para recoger a mi pasión de aquel entonces, la que al año siguiente sería la madre de mi hija Sofía, ella salía de su trabajo a las 7:30 de la noche; con mi tocayo tuvimos un grato y entrañable diálogo, no puedo decir al calor, sino al frío de unas cervezas; minutos antes de ir a recoger a mi amada, le consulté si quería esperarme, asintió, no sin antes llamar por teléfono a su madre desde la cantina en donde estábamos, bajo el “Teatro” Capitol, pues habían acordado que se reportaría cada hora para preservar su bienestar y la tranquilidad familiar. Ya se veía venir el desagradable resultado de su “desaparición”, nuestra bella acompañante se avino a la “reunión”, y pasamos una tarde agradable entre risas, libros y cervezas de las que agotamos varias botellas, y siendo hora de partir, hacia las 9 p.m. lo acompañamos hasta donde se bifurcaban nuestros caminos, el edificio del Banco Central del Ecuador, frente al monumento a Bolívar, él iba hacia San Juan y nosotros hacia La Ronda; antes del efusivo abrazo y la correspondiente recomendación de que se cuidara, me comentó que el viernes iría a la salsoteca "Son Candela" y que si yo podía nos viésemos. Tengo entendido que tras salir de allí no se supo más de él. 

Con este escueto testimonio me sumo con un saludo cordial a su homenaje.

Gustavo Salazar

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