miércoles, 14 de agosto de 2019

El método de Miguel Donoso jugarse todo por el texto

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Cuando lo vimos, alto y fornido, de piel bronceada, pelo gris y barba blanca, parecía un capitán de barco que había acoderado en infinidad de puertos.

Amaba el mar, tanto que trabajó tres años en la Flota Mercante Grancolombiana.

Dejó el oceáno y los horizontes azules por otros parajes igual de inciertos, mágicos y vitales: la Literatura y el Periodismo. Era Miguel Donoso Pareja, poeta, novelista y ensayista, y ante todo maestro de nóveles escritores.

En el aún sosegado 1982 desembarcó en Quito para dirigir los talleres literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana 'Benjamín Carrión' (CCE).  

Contó con el entusiasta auspicio del profesor Edmundo Ribadeneira, presidente de la Casa, y de Martha Palacios, directora de Comunicación.

Donoso Pareja, quien falleció el pasado lunes en su natal Guayaquil, a los 83 años, venía con la fama de haber dirigido, durante 18 años, los talleres literarios en la Universidad Autónoma de México (UNAM) y en San Luis Potosí de ese país.

Allí, entre otros destacados escritores, fueron sus alumnos: Juan Villoro, David Ojeda, José de Jesús Sampedro e Ignacio Betancourt.
En 1964 se exilió en México D.F., donde recibió la mano amiga de Tito Monterroso, maestro del cuento breve. En ese país fue profesor de estructuras de la novela, en Filosofía y Letras de la UNAM.

Llegó a ser Supervisor nacional de talleres literarios en el país azteca y con Julio Cortázar, Juan Rulfo, José Revueltas, Pedro Orgambide y Eraclio Zepeda, fundó la revista Cambio.

El mundillo literario quiteño se alteró cuando hubo la convocatoria a los talleres por la prensa. El requisito: presentar dos cuentos o dos poemas. La convocatoria fue vasta entre los jóvenes de aquel tiempo. Los escogidos, 21. Una día estuvimos sentados alrededor de una gran mesa de cedro, en el segundo piso del viejo edificio de la CCE: Huilo Ruales, Alfredo Noriega, Gustavo Garzón (lúcido narrador desaparecido en 1990), Rubén Darío Buitrón, Vicente Robalino, Byron Rodríguez  V., Edwin Madrid, Diego Velasco, Allan Coronel, Diana Magaloni (mexicana), María Luisa Rodríguez (chilena), Alejandro Velasco, René Jurado, Jennie Carrasco, Francisco Torres Dávila, Pablo Salgado, Ramiro Pérez, Miguel Donoso Gutiérrez, hijo del maestro;  Pili Pachano,  Rubén Vásquez;  Cecilia Velasco (de apenas 18 años; la mayoría tenía 20 años y unos pocos frisaban la treintena).

Asustados por el vozarrón de Donoso Pareja, quien de entrada cuestionó la complacencia y comodidad (la escritura es una dificultad adquirida, no la eludan, tendrán las consecuencias más inesperadas, era una de sus tesis); huía a los eufemismos, a los elogios mutuos y a las capillas literarias, que desdibujaban al hecho literario.

El maestro Donoso fijó las reglas: cada quince días debíamos presentar un cuento o un poema. El autor leía en voz alta.

Luego, bajo la guía del maestro, cada uno emitía sus opiniones sobre el texto. Después venían las arduas correcciones, y otra ronda de lectura, en la siguiente sesión, hasta que los trabajos fuesen dignos.

Esto ocurrió entre 1982 y 1984, tres años de intenso trajín.

Al final publicamos 14 libros, de poesía y cuento, en la colección Serie Hoy, Jóvenes escritores ecuatorianos, de la CCE.

Además de la pasión por escribir y leer diversa y gran literatura, que nos inculcaba siempre, incluso cuando dejamos el taller, ¿cuál era el encanto de este tallerismo?: el aprendizaje compartido. Donoso aplicó en Quito, luego en Guayaquil, donde fue a residir en 1987, y en Manta, un concepto diferente de lo que debía ser un taller literario, en el Ecuador casi siempre ligado a los grandes problemas sociales antes que al texto, más conectado a la idea de tertulia ideológica que a un trabajo sobre y por el texto.

Taller
Taller
Producto del taller se editaron Posta I (Quito) y II (Guayaquil), antologías en la UNAM y en Hispamérica.








En el libro ‘El taller literario como aprendizaje compartido, el Banco Central y la formación de nuevos escritores’ (Banco Central, Guayaquil, 2006), el conocido poeta Fernando Itúrburu dice: “Por primera vez se iría a discutir los textos, los trabajos escritos por sus miembros, y no los grandes problemas que aquejaban al pueblo”.

Donoso Pareja tenía una propuesta técnica, centrada en el “cómo se dice” , más que en el “qué se dice”. “Lo que deviene, aunque parezca paradójico, la única manera de defender lo que cada autor, según su propio contexto y visión, quiere decir”, señala Donoso en el libro.

Quería dotar, y lo hizo, a los jóvenes autores del instrumental expresivo necesario y que no se intente “orientarlos” sobre qué deben escribir, peor manipularlos temática e ideológicamente. Por eso, luchaba contra el paternalismo, contra aquellos que piensan que a los jóvenes hay que decirles qué tienen que pensar y hacer.

Donoso propone en el libro mencionado: “Los nuevos talleres literarios tuvieron, desde sus inicios, tanto en México como en Ecuador, un interés central en el texto y la idea de optimizar su elaboración, por un lado, y por el otro, la de descentralizar la producción y la proyección literarias como una forma de integración nacional”. Se oponía al “quiteñocentrismo”, por eso trabajó en las ciudades antes citadas.

El autor de la novela ‘Hoy empiezo a acordarme’, una bien lograda reflexión sobre el erotismo, ficción auspiciada por la Fundación Guggenheim, sostenía que la Literatura es como un gran árbol, alimentado por la historia, la sociología, la antropología y, claro, por la cosmovisión de cada autor.

Gran conocedor de los estructuralistas (Roland Barthes, Roman Jakobson, entre otros), Donoso proponía analizar la estructura del cuento, por ejemplo, la correcta sintaxis de los personajes (que no caigan en contradicciones), la creación de atmósferas, la veredicción necesaria con la realidad, los puntos de vista narrativos, el nudo o conflicto entre dos bloques de tensión, hasta llegar al clímax, en cuentos situacionales (la mayoría).

Luego el trabajo de la “piel” del texto o el lenguaje: sintaxis, adiós a lugares comunes y al lenguaje acaramelado y cursi (para eso se valía de un bien afilado lápiz rojo). Es decir, un lenguaje sugerente pulido, en el cual primaban los indicios o pistas narrativas para crear una bien organizada ambigüedad y la necesaria polisemia (múltiples lecturas), de tal suerte que el texto no fuese plano.

Conocía las teorías de Tzvetan Todorov y Julia Kristeva y del ruso Vladimir Propp, un estudioso de las estructuras del cuento popular.
Sus tesis no las explicaba en una cansina reunión, sí mientras leíamos (la ventaja de contar con lectores críticos).

Donoso tenía la intuición para sugerir a cada autor qué camino original seguir. Hubo líneas narrativas de  los talleristas: fantástica, urbana, amatoria, erótica, mítica, irónica y de humor… Valió la pena. La mayoría siguió escribiendo con perseverancia. Vinieron libros  y premios.  Solo gratitud para el viejo marinero que veía en el mar de la Chocolatera el “relincho azul del unicornio”.



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